jueves, 16 de febrero de 2017

La nueva cara de Refugios del corazón

Os presento la portada de la re-edición de Refugios del corazón. Espero que os guste. Dejad vuestros comentarios. La nueva versión de la novela estará disponible a partir del próximo fin de semana. Muchas gracias por vuestro apoyo.

miércoles, 8 de febrero de 2017

FABRICANDO ACOSADOS

Cuando yo era pequeña, con 8 o 10 años, tuve que llevar parche en un ojo supuestamente para mejorar su visión. El horroroso trozo de tela adhesiva de color "carne" tuvo que ser sustituido por un aún más horroroso tapón de goma negra que se adhería al cristal de las gafas, pues mi pobre madre sufría mucho cada vez que al retirarme el parche me arrancaba media ceja al mismo tiempo. Así fue como en clase, en clases de mecanografía y hasta en el barrio me apodaron Falconetti en honor a un malo malísimo de una serie de televisión que estaba de moda en los ochenta. La verdad es que yo no le di mucha importancia. Le pregunté a mi madre quién era aquel tipo y cuando le dije que me llamaban así por el parche, me dijo simple y sabiamente: "Tú no hagas caso, cariño. Son cosas de niños. En unos días se habrán acostumbrado y se les olvidará." Más de treinta años después doy fe de que nadie me conoce por aquel mote. Mi madre tuvo razón, como en tantas otras ocasiones. Cuanto más importancia se le conceda a cualquier asunto, más escabroso se vuelve, más insalvables las distancias y más difícil una solución positiva.
Gracias a las forma de actuar de mis padres, aprendí desde muy pequeña a distinguir entre lo que es importante, en cualquier ámbito (social, laboral o familiar), y lo que no, y considero que mi mente no está para albergar información o recuerdos que no aportan nada a mi, por otra parte, humana y por tanto breve existencia.Desde la perspectiva de la madurez, habiéndome convertido en esposa, madre de dos fantásticas hijas, profesora de enseñanza secundaria, y hasta amago de escritora, me alegro muchísimo de haberme aplicado siempre aquel consejo.Dicho esto, quisiera analizar brevemente el mundo que les ha tocado vivir a nuestros hijos, que, para bien o para mal y unos más que otros, afortunadamente, han perdido la libertad de jugar en la calle con los vecinos, cayéndose, desollándose una rodilla y volviéndose a levantar, llevándose algún que otro golpe unas veces más intencionadamente que otras, y teniendo algún mote por el que todos los demás los conozcan, tipo "el canijo", o "la sindientes", y desde luego, poniéndolos, que para eso estaban las pandillas.Ese era mi mundo, uno en el que los problemas se arreglaban entre nosotros, donde un día te hablabas con uno y al día siguiente no, pero al otro ya te hablabas otra vez con él, un mundo en el que nuestras sabias madres no intervenían, por no hablar de nuestros padres, porque "eran cosas de niños"Las madres eran esa autoridad suprema que aparecía cuando se pasaba a mayores, cuando te pegaban o te insultaban, o te hacían la vida imposible de verdad, algo que curiosamente no pasaba casi nunca. Cuando ellas intervenían era porque algo gordo había pasado y una vez las madres hablaban volvía la paz. Puede que ya no te hablaras más con el que te había pegado o insultado de forma hiriente, o quizás sí, puede que aquellas dos madres ya nunca volvieran a hablarse, o puede que sí, pero ahí, amigos, se acababa la historia.Nuestros hijos, sin embargo, encerrados en la soledad de sus cuartos con ordenadores y móviles, o atrapados en el frío mundo de las actividades extraescolares con las que nos libramos de ellos

toda la tarde, y sí, claro que estoy generalizando, teniendo como únicos amigos a unos cuantos compañeros de clase con los que solamente conviven en ese entorno, han perdido la capacidad de distinguir entre lo que es normal a su edad y "lo que se sale de madre" ¡Que fantástica y apropiada expresión! Y han oído de los adultos, generalmente padres y profesores, la palabra "acoso", y han decidido que si Juan escribe en la pizarra "Pepita es tonta", Pepita tiene que ir llorando desconsoladamente a casa porque, oiga usted, "la están acosando". Y esa madre, en lugar de restarle importancia y decirle a Pepita que eso son cosas de críos, que ella sabe mejor que nadie lo lista que es su Pepita, y que la próxima vez escriba debajo del mensaje algo como: "Tonto el que lo ha escrito", esa mater amantísima, monta en colera, coge al marido por banda y le dice que a su Pepita la están acosando. Y ambos se van a buscar al tutor de los niños a contarle el "grave acoso" a que su hijita está siendo sometida. Señores míos, eso no es acoso, eso es la vida, y si nos empeñamos en que los niños no vivan como los niños que son, no pretendamos que de mayores sean los adultos que deben ser.No abusemos del lenguaje, no enseñemos a los críos ese complicadísimo mundo de adultos al que tarde o temprano no tendrán más remedio que llegar, dejemos que sean felices en su inocencia de niños, esa que cada vez se pierde antes por culpa de personas que no fueron niños normales, que no son, por tanto, adultos normales. Llamemos a cada cosa por su nombre, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.