En España, cualquier cosa que huela a nuevo nos da
escalofríos, reconozcámoslo. Si eres una persona inquieta, abierta a nuevas
experiencias, deseosa de hacer cosas diferentes en entornos en los que “las
cosas son como son”, te deseo mucha suerte. Sí, porque la vas a necesitar en
cuanto te encuentres con los distintos cortijos en que se divide cualquier
entorno laboral. Están los directores, que llevarán más o menos años
apoltronados en sus cómodos sillones, normalmente totalmente ajenos a la
realidad de lo que sucede fuera de sus despachos, casi siempre hombres, y que
no tienen especial interés en renovar el lugar que dirigen, sino más bien
mantener el statu quo que les llevó a su tranquilo despacho y a sus comidas de
ejecutivos y sus partidos de pádel. Suele suceder que este hombre generalmente
no es peligroso per se, lo único a lo que aspira es a conservar su puesto si
puede ser hasta su jubilación y no tener que lidiar demasiado con la masa de
trabajadores a los que supuestamente dirige. Se limita a pasear entre la plebe
de vez en cuando, preguntar por la salud para quedar bien, felicitar algún
cumpleaños o nacimiento y luego diluirse el resto de la jornada vaya usted a
saber dónde.
El problema es que este espécimen está rodeado de consejeros,
amigos y trepas de turno que pretenden hacerse un hueco en el concubinato a
base de denunciar, criticar y acosar a sus compañeros. He aquí los miembros más
peligrosos del cortijo, la chupipandi. No sólo son compañeros de trabajo del
mencionado director, sino también amigos particulares, o compañeros ocasionales
de cañas y comidas, que es, tenedlo claro, el lugar donde en este país se corta
el bacalao realmente. Se resuelve más en cualquier comida de empresa que en
todo un año laboral dentro de la oficina. Es normal, si tenemos en cuenta que
en ellas no suelen estar presentes las notas discordantes, los que no son
palmeros ni lo pretenden, de este individuo aferrado a su sillón. Porque, no
nos engañemos, bastante tienen los pobres trabajadores con ver las caras del
jefe y sus palmeros a diario, como para encima tener que salir a comer o a
jugar al pádel con ellos.
Quizás tengas la suerte de ser bien recibido por la
chupipandi, pero esto no suele suceder por el sencillo motivo de que en ella ya
están todos los que son y son todos los que están. Lo mejor que te puede pasar
es que te ignoren, cosa que sólo sucederá si no destacas en ningún aspecto.
Porque ¡ay de ti si lo haces! Esas mentes huecas, anquilosadas en sus
privilegios, por pequeños que te parezcan a ti todo un logro para ellos,
conseguidos a base de hacer la pelota, reír los chistes malos de los superiores
y hasta hacerles favores personales de diversa índole, esas mentes estrechas y
oscuras como los pasillos de una prisión medieval, sólo tendrán una idea
parpadeante y escrita con luces de neón en ellas: eliminarte. Eres un peligro,
quieres cambiar las cosas, te gusta mucho tu trabajo y tienes cada día nuevas
ideas para hacerlo más interesante tanto para ti como para tus compañeros, y
¿por qué no? , también más agradable.
Odias repetir una rutina que ya quedó más que demostrado que es inútil y que
está obsoleta, odias ir a trabajar como el resto, protestando porque es lunes y
ansiando con todo tu cuerpo y tu alma que llegue el viernes para dedicarte a lo
que verdaderamente te gusta: simplemente vivir. Pretendes introducir un poco de
energía positiva en tu entorno, para así sentir que lo que haces vale la pena,
que aún no te has vendido por un par de horas menos de trabajo a la semana, y
sucede lo inevitable. Has captado su atención. A partir de este momento,
querido trabajador motivado, se acabó tu tranquilidad. Serás observado sin
reparo alguno, porque créeme, la chupipandi no se corta un pelo, al contrario,
su primera estrategia es hacerte saber que te han visto venir, que el aire
fresco que te rodea ha llegado a sus fosas nasales y no les ha gustado nada.
Normal, por otra parte, teniendo en cuenta lo mal que se llevan el olor a viejo
y a humedad con el aroma de vientos nuevos.
Pero la cosa no quedará ahí, en ese
“acoso sutil”, por llamarlo de algún modo, y aprovechando lo moderno del
término. También averiguarán cosas sobre ti, hablarán con otros compañeros que
puedan haberse dejado llevar por tu entusiasmo para averiguar en qué andas, y
éstos, los que tú creías semejantes, estarán deseando escuchar cualquier oferta
para ejercer de Judas contigo y venderte por unas palmaditas en la espalda y un
“sabes que lo tendremos en cuenta”. Su movimiento final será sacar a relucir
algo que, según ellos, no has hecho o no estás haciendo bien y hacer que la
noticia corra como la pólvora con el único fin de que llegue a tus oídos, pero
sin que puedas averiguar la fuente, sin que haya un nombre propio al que
dirigirte para hablar como a ti te gusta, con libertad, con claridad, sin coacciones.
Ya estás perdido. Ahora tu única salida, si quieres seguir manteniendo este
puesto de trabajo que tanto te gusta, es hacer saber que lo has captado,
retractarte en la medida de lo posible de la imaginaria ofensa de que se te
acusa y volver a empezar, eso sí, sabiendo ya que Gran Hermano te vigila y que
todo el peso de su poder caerá sobre ti si vuelves a sacar los pies del plato.
¡Cómo me gusta 1984!
Y no dependerá de ti marcharte con la cabeza muy alta a
buscar otro trabajo, a empezar de nuevo, porque tú, querido trabajador, eres el
esclavo moderno, estás atado a una hipoteca más o menos grande, probablemente
tienes una familia que necesita no sólo del sueldo de tu cónyuge, sino también
del tuyo para poder vivir, tendrás además un coche que necesitas para
desplazarte a tu trabajo, incluso quizás tengas dos, pues tu pareja también
necesitará uno. Así que sí, agachas tu cabeza, adoptas la sonrisa sarcástica y
el tono gris y sigues al paso que te marca la mayoría. ¿Y te extrañas aún,
querido lector, de lo que pasa a gran escala en este país? ¡Si no es otra cosa
que un cortijo más grande!
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